viernes, 14 de diciembre de 2012

DESPEJEMOS ESA LEPRA.



2da de reyes 5: 1-14
1  NAAMAN, general del ejército del rey de Siria, era gran varón delante de su señor, y en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvamento á la Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso.2  Y de Siria habían salido cuadrillas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel una muchacha; la cual sirviendo á la mujer de Naamán,3  Dijo á su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra.4  Y entrando Naamán á su señor, declaróselo, diciendo: Así y así ha dicho una muchacha que es de la tierra de Israel.5  Y díjole el rey de Siria: Anda, ve, y yo enviaré letras al rey de Israel. Partió pues él, llevando consigo diez talentos de plata, y seis mil piezas de oro, y diez mudas de vestidos.6  Tomó también letras para el rey de Israel, que decían así: Luego en llegando á ti estas letras, sabe por ellas que yo envío á ti mi siervo Naamán, para que lo sanes de su lepra.7  Y luego que el rey de Israel leyó las cartas, rasgó sus vestidos, y dijo: ¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe á mí á que sane un hombre de su lepra? Considerad ahora, y ved cómo busca ocasión contra mí.8  Y como Eliseo, varón de Dios oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió á decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora á mí, y sabrá que hay profeta en Israel.9  Y vino Naamán con sus caballos y con su carro, y paróse á las puertas de la casa de Eliseo.10  Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Ve, y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio.11  Y Naamán se fué enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano, y tocará el lugar, y sanará la lepra.12  Abana y Pharphar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y volvióse, y fuése enojado.13  Mas sus criados se llegaron á él, y habláronle, diciendo: Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la hicieras? ¿cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?14  El entonces descendió, y zambullóse siete veces en el Jordán, conforme á la palabra del varón de Dios: y su carne se volvió como la carne de un niño, y fué limpio.Naamán, general del ejército sirio
Naamán era un hombre muy apreciado y popular. Su nombre también significa “agradabilidad” o “amistad”. El respeto que otros tenían por él puede deberse a su carácter de altos principios. Tanto su señor como sus criados parecen haber sido sinceramente comprensivos hacia él (v. 4-5, 13). No obstante, en el primer versículo, el favor de que gozaba estaba relacionado con sus éxitos militares, “porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria”.
Naamán tenía un problema oculto. Tenía una enfermedad incurable, y nadie podía ayudarlo. Es posible que la enfermedad estuviese aún en su fase primaria, ya que el versículo 11 habla del “lugar” afectado de su cuerpo.Pero la enfermedad se extendería insidiosamente y cada vez más afectaría varias partes de su cuerpo. Esta era una perspectiva terrible. ¿Qué le aguardaba en adelante? ¿Cómo podría seguir viviendo con este problema? ¿Qué quiere decir la Biblia con la lepra? Parece que ha sido un término amplio, el cual se aplicaba también a los vestidos y a las casas (Levítico 13-14). Según algunas personas, incluía toda clase de erupciones y enfermedades de la piel. Pero la ley tocante a la lepra misma distingue entre la llaga de lepra y la erupción inofensiva (Levítico 13:39). Cuando se refiere a las personas, tendremos que pensar exclusivamente en la lepra.
Sabemos que la enfermedad y la muerte, el dolor y la tristeza, son todos consecuencia del pecado (véase Génesis 3:16-19). La muerte entró en el mundo por el pecado (Romanos 5:12). La relación entre el pecado y la enfermedad es, sin embargo, un asunto muy complicado. Pero referente a la lepra, puede decirse que esta enfermedad ofrece una imagen muy impresionante del pecado y de sus consecuencias mortales, destructivas.
 (1) La lepra era una enfermedad infecciosa que continuaba extendiéndose con insidia y afectaba al cuerpo entero. (2) El leproso era considerado casi muerto.(3) El leproso era juzgado inmundo. Tenía que rasgar sus vestidos como señal de duelo y gritar: “¡Inmundo!, ¡inmundo!” (Levítico 13:45).(4) El leproso quedaba fuera del campo a causa de su inmundicia, fuera del lugar donde un Dios Santo moraba en medio de Su pueblo (Levítico 13:46; Números 5:2; 12:14; 2 Reyes 7:3; 2 Crónicas 26:21). (5) El leproso no era curado por un médico, sino limpiado en presencia del sacerdote. La ceremonia para la purificación, sobre la base de los sacrificios prescritos (entre ellos la ofrenda por el pecado para hacer expiación para el leproso sanado), señalaba la obra de Cristo. Solamente su obra redentora pudo quitar la mancha del pecado. Además, como personas que hemos sido limpiadas por Su muerte, hemos de caminar en novedad de vida por el poder de Su resurrección. La unción del Espíritu Santo (el “aceite”) nos permitirá hacerlo así.
Cuando miramos al leproso Naamán, vemos en realidad la imagen de nosotros mismos. Podemos tener toda clase de talentos; podemos tener éxito; la gente puede apreciarnos. Aun así, en la vida de todos existe un grave “pero”, es decir, el problema del pecado. La enfermedad del pecado nos afecta y nos arruina. Nosotros solos no podemos solucionar ese problema mortal que destruye nuestras vidas. Pero lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.
El problema de Naamán era imposible de solucionar. Pero por su curación queda completamente claro que la salvación se encuentra en el Dios de Israel. Él solo podía limpiar a Naamán de su lepra. Sí, Él nos salva hasta de los dolores del pecado. Pero tenemos que venir a Él con fe, y no esperar nuestra salvación de los médicos de este mundo (véase v. 11). Es el Dios vivo y verdadero quien nos puede ayudar.
Vemos entonces que  Una joven de la tierra de Israel, mostrara el camino de la salvación al poderoso general del ejército de Siria. En presencia de su señora, dio muy sencillo testimonio de su fe: “Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra” (v. 3). Esta joven poseía una gran fe en su Dios y en Su profeta. ¿Cómo sabía que Eliseo estaba dispuesto y era capaz de curar al General Naamán de su lepra? Fue sólo su fe que le susurraba al oído. Eliseo había realizado todo tipo de milagros, pero aún no había curado a un leproso. Podemos leer eso en el Nuevo Testamento. Aunque había muchos leprosos en Israel en tiempos de Eliseo, ninguno de ellos estaba limpio (Lucas 4:27). Después de todo, Dios tuvo que castigar a Su pueblo porque sirvieron a los ídolos. Ni uno de los israelitas fue limpiado aquellos días salvo Naamán el sirio. La gracia de Dios alcanzó así a los gentiles.
La mujer de Naamán creyó las palabras de su pequeña esclava  y se las comunicó a su marido. Y Naamán se las transmitió a su señor, el rey de Siria (v. 4). El objetivo era que el rey de Israel se acercaría posteriormente “al profeta en Samaria” quien, al fin y al cabo, era su subordinado según el modelo terrenal.
Entonces  el rey de siria le entrego unas cartas a Naamán, al igual que un regalo generoso. El cual  consistía en una cantidad de trescientos cuarenta kilogramos de plata, setenta kilogramos de oro y diez mudas de vestidos (v. 5). Eso representaba una fortuna enorme. Naamán llegó a Samaria, con las cartas que decían: “Cuando lleguen a ti estas cartas, sabe por ellas que yo envío a ti mi siervo Naamán, para que lo sanes de su lepra” (v. 6). Su llegada ocasionó bastante agitación en la corte del rey de Israel, puesto que vio en esa carta algún tipo de excusa, una provocación de guerra (v. 7). Exasperado, rasgó sus vestidos. Y dijo  ¿“Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra?” Eliseo al enterarse de esto, envió el siguiente mensaje al rey: “¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel” (v. 8b). Entonces Naamán vino finalmente a Eliseo el profeta, quien es llamado también aquí “el varón de Dios” (v. 8a). Ahora había venido a la persona indicada, ya que el varón de Dios era el representante del Dios viviente, quien tiene efectivamente el poder de matar y de dar vida.
Existía aún, sin embargo, otro problema. Naamán era consciente de su elevada posición. Vino en su propia dignidad, “con sus caballos y su carro” (v. 9). Lleno de orgullo permaneció a la puerta de la casa de Eliseo. Pero no podemos venir a Dios de esa manera. Naamán no podía recibir ayuda en sus propias condiciones, sino sólo en las condiciones que Dios le ofrecía. Le fue necesario aprender esto, como veremos. Eso es precisamente lo que cada creyente debe aprender: acercarse a Dios, consciente de su propia indignidad. No tiene sentido que intente medrar o ganar la salvación por mis propios méritos. Debo venir tal como soy, como un pecador perdido, y así es como Dios me aceptará. Lo hace así por gracia gratuita.
Eliseo no creyó conveniente hablar con Naamán personalmente. Tenía sus sabias razones para actuar de ese modo, como pronto llegaría a evidenciarse, ya que Naamán tuvo que aprender a humillarse a sí mismo. Su orgullo tuvo que doblegarse. El profeta no salió de su casa, sino simplemente envió un mensajero a él con el mandato: “Ve y lávate en el Jordán siete veces” (v. 10a). A la vez, añadió la llana promesa: “... y tu carne se te restaurará, y serás limpio” (v. 10b). Literalmente dice: “... y tu carne vendrá de nuevo a ti”. Al poderoso general del ejército sirio, no obstante, no le gustó esta orden. Naamán interpretó el mensaje del profeta de improperio a su persona. Había esperado un trato completamente distinto, un ritual complejo, como estaría probablemente acostumbrado con los magos paganos de su país (v. 11). Ciertamente era merecedor de un trato honorable, Naamán se enojó y se sintió herido. Ya podía oírse la orden a su carrero: ¡Coge las riendas! ¡Nos vamos a casa!
Los criados de Naamán le Dieron un consejo ¿Por qué no escuchar aquellas simples palabras del varón de Dios? Naamán, entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios” (v. 14a).0
Con todo, debió de haber sido muy difícil para él humillarse tanto en presencia de sus inferiores. Tuvo que descender del carro elevado, quitarse la ropa y hundirse en el Jordán. Por añadidura, él no lo hizo sólo por complacer a sus criados. No solamente los escuchó, sino que cumplió con el dicho del varón de Dios, como dice nuestro versículo. Obedeció a Dios.
Este es un precioso ejemplo del camino de la salvación. Debemos ser conscientes de nuestro bajo estado, de nuestra pecaminosidad y de nuestra condición leprosa ante Dios. Debemos humillarnos delante de Él y bajar del “carro elevado” de nuestro orgullo natural y prepotencia. Debemos seguir el camino que Él nos indica en Su Palabra. El remedio divino es que confesemos nuestros pecados, nos despojemos del viejo hombre y nos metamos dentro del río de la muerte. En otras palabras, tenemos que identificarnos en fe con un Cristo que murió por nuestros pecados. No hay otra alternativa para ser salvo, limpio y recibir una vida nueva. “Nadie viene al Padre sino por Mí”, dice el Señor Jesús (Juan 14:6).
Naamán fue obediente y se sumergió siete veces en el río Jordán. El nombre Jordán significa “ir abajo” o “ir curso abajo”. El río nace entre el Líbano y el monte Hermón y sigue su curso al Mar Muerto, situado muy por debajo del nivel del mar. Esta es una maravillosa figura de la muerte de Cristo, ya que descendió de las alturas despojándose a Sí mismo. Se humilló a Sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte. El número siete habla de la perfección. Naamán tuvo que sumergirse siete veces en el Jordán. Tuvo que ir abajo por completo. Nada podía quedar del viejo hombre. También nosotros como creyentes fuimos sepultados con Cristo a muerte por el bautismo. Hemos sido unidos juntamente con Él en la semejanza de Su muerte (Romanos 6:4-5).Pero Naamán no permaneció en la tumba de agua. Salió una nueva criatura: “... y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio” (v.14b).
Esto es una imagen de la nueva vida que hemos recibido como cristianos. No sólo hemos muerto con Cristo, sino también hemos resucitado con Él a una vida nueva. Podemos decir  que todo esto tiene siete aspectos :(1) Hemos sido limpiados de los pecados e iniquidades que nos asían y amancillaban a los ojos de un Dios santo (Juan 13:10; Hebreos 10:22; 1 Pedro 1:22);(2) Hemos sido librados del poder del pecado que nos destruía y se extendía insidiosamente en nuestras vidas (Romanos 8:2);(3) Hemos nacido de nuevo (Juan 3:3+5);(4) Tenemos vida juntamente con Cristo (Efesios 2:5; Colosenses 2:13);(5) Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron (2 Corintios 5:17; Tito 3:5);(6) Nos hemos despojado del viejo hombre y nos hemos vestido del nuevo hombre (Gálatas 3:27; Efesios 4:22-24; Colosenses 3:9-10);(7) A partir de ahora podemos vivir en novedad de vida (Romanos 6:4).